18/8/10

La Pequeña Puerta Secreta

Kristine Berg era una niña tal como las demás: soñadora, curiosa, inquieta y sobre todas las cosas, con una sagaz y poderosa imaginación, que presumía de superar naturalmente y sin ningún tipo de dificultades, los límites de todo conocimiento humano; hecho que afirmaría cientos de años después el célebre científico Norteamericano Albert Einstein, quien nunca dejó de prescindir y de admirar dicha capacidad imaginativa.

Agatha, su madre viuda, era sastre y costurera. Con esta profesión podía sustentar y mantener cómodamente, sin lujos ni ostentaciones, a su pequeña familia. La cual estaba conformada tan solo por esta, su progenitora, y claro está por ella; la pequeña y adorable Kristine, quien era hija única. Ambas vivían humildemente en una pequeña aldea, ubicada al sur de una de las ciudades más pobladas de Noruega.

Su padre era pescador, había muerto al caer de manera extraña y aún desconocida por la borda de un buque pesquero. Kristine tan solo tenía tres años para aquel entonces. Agatha nunca le había dicho la verdad. La engañó diciéndole que su padre había emprendido un largo viaje y que algún día regresaría a casa. La pequeña guardaba inocentemente esta esperanza. Su madre se había encontrado entonces en un profundo dilema, pero decidió que lo más adecuado, por injusto que pareciera, sería mentirle, ocultar una certeza tan grande como la muerte de su padre, para evitarle conocer y afrontar a tan temprana edad, el inmenso dolor producido por una gran pérdida.

Cada uno de estos factores influenciarían ineludiblemente en su personalidad, en su mente infantil y fantasiosa. El hecho de no haber tenido cerca a otro niño, o a un hermanito con quien jugar y compartir, le llevaba usualmente a crear personajes y situaciones ficticias, amigos imaginarios que la acompañaban por instantes en su travesía, a través de los mismos infinitos laberintos de su imaginación. Todos estos terminaban tarde o temprano por desvanecerse, pues eran frutos de su naturaleza solipsista, la cual se daba elementalmente por sentado.

Con cierta frecuencia abordaba a su madre con comentarios y referencias acerca de sus más recientes y sobrenaturales amigos.

En una oportunidad le habló acerca de una especie de Hada, que según ella tenía por nombre “Alba”, la cual la visitaba colándose a su habitación, dos o tres noches por semana, a través de una pequeña rendija de su ventana entrecerrada. Tenía alas brillantes y transparentes, y antenillas largas y temblorosas sobre su diminuta cabeza. Se sentaba sobre su almohada, junto a sus rubios y ensortijados cabellos, a susurrarle secretos sobre el mundo subterráneo que ella no debía revelar.

“Me hace cosquillas en la oreja” – decía, para soltar una risita que era de lo más contagiosa. Su madre, como respuesta, le mostraba tan solo una sonrisa. No le prestaba mayor importancia. “Cosas de niños” – era lo que ingenuamente pensaba.

Kristine, como toda niña de su edad, crecía rápidamente. Contaba ya con siete años. Las visitas de esos seres nocturnos, mágicos y extraños habían cesado, desde la época en que apenas estaba comenzando a hablar. Sin embargo, aún no dejaba a un lado el estrecho vínculo que sentía hacia ese universo o mejor dicho, “infraverso” no completamente desconocido para ella, ya que había presenciado ciertos atisbos de él. Había tenido pequeñas pero importantes revelaciones. Aunque nada la prepararía para lo siguiente.


(Extraído de Umbral)
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