Se abría paso entre la espesa vegetación, dejando en su huída, un rastro indeleble. Era, por instantes que parecían eternos, inevitable victima de su propia y humana vulnerabilidad. Corría sencillamente para salvar su vida. Seguía su férreo instinto de supervivencia. Su olor, ya de por sí animalesco, podía percibirse a metros y metros de distancia, a través de aquellos valles escarpados de accidentada topografía. La tarde de grises crepúsculos se desvanecía ya en el horizonte. Desde ciertos claros podía observarse la luna, una luna majestuosa y radiante posada sobre unos cielos de azul metileno ennegrecido. Una lumbrera que iluminaba y embellecía la noche y todo su entorno.
Algunos de los hombres que le habían perseguido desde el pueblo, empuñaban sus escopetas, valerosos y decididos. Otros, tratando de frenar el paso de sus ansiosos perros de caza, apuntaban sus linternas hacia adelante, todos aguzando sus miradas dilatadas, escrutando entre la maleza y la penumbra, ensimismados en su sed de exterminio y retaliación.
Pero...eran ignorantes de su propia desdicha...
Sebastián, así se llamaba el fugitivo, comenzaba a sufrir los embates de su bestial metamorfosis. La dolorosamente indescriptible sensación de sus huesos ensanchándose y estirando su piel. Su cuerpo recubriéndose de gruesos y negros vellos. Sus manos y sus pies convirtiéndose en brutales garras. Su rostro deformándose hasta dejar entrever unos hondos y negruzcos ojos, unas orejas puntiagudas y un hocico provisto de mortales y afilados colmillos.
La transformación se había llevado a cabo.
Era un “Licaón”. Su cena ya se hallaba en camino.
Algunos de los hombres que le habían perseguido desde el pueblo, empuñaban sus escopetas, valerosos y decididos. Otros, tratando de frenar el paso de sus ansiosos perros de caza, apuntaban sus linternas hacia adelante, todos aguzando sus miradas dilatadas, escrutando entre la maleza y la penumbra, ensimismados en su sed de exterminio y retaliación.
Pero...eran ignorantes de su propia desdicha...
Sebastián, así se llamaba el fugitivo, comenzaba a sufrir los embates de su bestial metamorfosis. La dolorosamente indescriptible sensación de sus huesos ensanchándose y estirando su piel. Su cuerpo recubriéndose de gruesos y negros vellos. Sus manos y sus pies convirtiéndose en brutales garras. Su rostro deformándose hasta dejar entrever unos hondos y negruzcos ojos, unas orejas puntiagudas y un hocico provisto de mortales y afilados colmillos.
La transformación se había llevado a cabo.
Era un “Licaón”. Su cena ya se hallaba en camino.
(Extraído de Umbral)